¿Qué hacemos con los cardenales excomulgados?

¿Qué hacemos con los cardenales excomulgados?

Sí, lo leyeron bien. No es clickbait, ni una exageración piadosa. Si se están filtrando detalles del cónclave —votaciones, preferencias, alianzas— entonces hay alguien que ha roto un juramento sagrado. Y eso, en la Iglesia de Cristo, tiene nombre y pena: excomunión latae sententiae. No hace falta juicio, ni notificación. La excomunión cae como un rayo divino sobre el que traiciona la conciencia de la Iglesia reunida ante Dios.

¿Quién lo hizo? ¿Un cardenal con afán de protagonismo? ¿Un miembro del personal auxiliar que escuchó más de la cuenta mientras servía la pasta en Santa Marta? No lo sabemos, pero el veneno ya se ha filtrado al pozo.

Y no es la primera vez. 2005, 2013… ¿Qué clase de disciplina eclesial tenemos cuando el secreto de un cónclave —sello sagrado donde el Espíritu habla a través del humo— se maneja con la ligereza de un grupo de Telegram?

Francisco, el simpático que rompe juramentos

Aquí conviene señalar, con el debido respeto (pero sin anestesia), que quien frivolizó esta cuestión fue ni más ni menos que el Papa Francisco. Sí, ese mismo que en su libro de entrevistas comentó con desenfado cómo votó en el cónclave. “A mí no me aplica”, dijo. Y claro, uno se pregunta: ¿y qué sí le aplica? ¿También está exento del sigilo sacramental? ¿Puede publicar nuestras confesiones si le parece anecdótico?

No se trata de ensañarse, sino de denunciar una tendencia: la palabra dada ya no vale nada, ni siquiera entre príncipes de la Iglesia. Y cuando el ejemplo lo da el que ocupa la Cátedra de Pedro, ¿a quién se le exige después coherencia?

El milagro de la esperanza recuperada

Pero, contra todo pronóstico, hay quien ha vuelto a sonreír. No por cinismo, no por revancha, sino porque ha aparecido una luz entre las ruinas. El nuevo Papa (a quien aún no nombramos porque el artículo habla de procesos, no de personas) ha pronunciado palabras que suenan a Evangelio, no a pactos interreligiosos. “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, dijo en su primera homilía. Y no, no sonó muy Abu Dabi.

Se habla de un cristocentrismo radical. De un equilibrio que tal vez, solo tal vez, permita que las dos almas de la Iglesia —la que defiende la tradición y la que quiere aggiornar todo— puedan coexistir sin aniquilarse. Si esto se sostiene, la biología y la gracia harán el resto.

Conclusión: no basta con mirar a Roma

El escándalo de las filtraciones debe afrontarse con la gravedad que merece. No por morbo, sino por fidelidad al Cuerpo Místico. Y si hay cardenales excomulgados, que lo sepan ellos… y lo sepa el Pueblo de Dios. Porque no se puede hablar de sinodalidad mientras se deshonra el altar donde el Espíritu elige a Pedro.

Y mientras tanto, sí: sonreímos. No porque se haya ganado una guerra, sino porque —al menos por ahora— parece que el Evangelio vuelve a ocupar su sitio en boca del Sucesor de Pedro.

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